Cualquiera que se haya
iniciado en la pintura considera un gran combate enfrentarse a un simple
bodegón. En esta batalla uno puede resultar malherido por tener que manejar las
traicioneras armas del dibujo, la combinación de colores, las luces y las
sombras que bañan los objetos, las luces reflejadas, y tantas y tantas cosas
como hay que controlar para que nuestro trabajo artístico tenga un mínimo de
prestancia y credibilidad.
Todo esto ocurre cuando, en
los inicios del trabajo artístico, nos enfrentamos con una naturaleza muerta;
pero cuando avanzamos un poco y el combate nos lleva al enfrentamiento, cuerpo
a cuerpo, con el retrato o con el desnudo, la batalla se convierte en una
guerra total, con muchos más frentes de los que éramos capaces de imaginar al
iniciar la tarea.
En el desnudo, la cantidad
de músculos que producen un contorno sinuoso, o la cantidad de huesos que
presionan sobre la piel, a lo que hay que añadir la propia textura y color de
la piel, distinta en cada individuo convierten la pintura en del desnudo en una especialidad de la pintura
con dificultades añadidas.
Hoy os traigo a Alan Feltus,
pintor figurativo, nacido en Washington en 1943 y que se formó en la Cooper Union y en la Universidad de Yale. Está
casado con la pintora Lani Irwin. Dicen que su pintura “tiene sus raíces en el arte
icónico del Renacimiento italiano, pero tiene un aspecto atemporal, melancolía
relacionada con el Modernismo. Sin embargo, su fascinación por los maestros
italianos antiguos y la cultura de Italia, le inspiró en 1987 para comprar una
granja cerca de Asís, Italia y se convirtió en un residente permanente” durante
los últimos quince años.
Sus pinturas son muchas
cosas y al mismo tiempo de nada más que la propia pintura, sin contenido
narrativo, que no cuentan historias, lo que produce un sinfín de lecturas
posibles. Son imágenes tranquilas con significados tácitos, difíciles de
alcanzar, que crean un cierto estado de ánimo.
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