miércoles, 16 de octubre de 2013

Vladimir Kim



“Vendí mis primeros cuadros a los siete años de haber empezado a pintar. Con los ingresos que fui obteniendo compré una casa en un prestigioso barrio en el mar de Crimea. Pasado un tiempo me di cuenta de que no podía pintar más, la inspiración se había ido. Comprendí que ser artista no es una profesión, sino un estado especial, muy especial de la vida y la comodidad absoluta mata los sentimientos. Entonces vendí la casa y me fui a Nueva York. Alquilamos un estudio en Brooklyn en Sheepshead Bay. Nueva York es una ciudad maravillosa”.

“En 1995 llegué a San Diego con mi amigo Mikhail y nos fuimos a Méjico. Empezamos nuestro recorrido en Tijuana y nos fuimos trasladando desde la costa hasta los sistemas montañosos desiertas del norte de México. Allí viven los descendientes de los mayas para los que el color era sagrado. La vida después de la muerte era tan importante para ellos como la vida real. He aprendido mucho de ellos''.

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