La trayectoria artística de
Antonio Lago Rivera, hijo de una acomodada familia de La Coruña, es una
constante evolución plástica, una sucesión de etapas marcadas por la urgencia
personal de investigar y desarrollar nuevos campos estéticos. Su intensa
carrera profesional comienza siendo alumno en la Escuela de Artes y Oficios de
La Coruña y en la de Bellas Artes de San Fernando, con un estilo sujeto todavía
a la tendencia realista de postguerra. A mediados de la década de los cuarenta,
la personalidad de Lago Rivera se va liberando, dejándose llevar por el uso de
colores vivos, casi fauves, en unas temáticas ingenuas que no recurren a
modelos formalmente aparentes. Experimenta también con el uso de colores
fosforescentes. Entra a formar parte de la célebre École de París. Sus
exposiciones son muy numerosas dentro y fuera de España. En la década de los
cincuenta, Lago Rivera irrumpe en el mundo de la abstracción, donde adquiere un
notable prestigio internacional. En una búsqueda insaciable de nuevas
experiencias trabaja con el arte informal, haciendo composiciones en grises a
base de grandes manchas pintadas con espátula. Más tarde regresa
inesperadamente a la figuración lírica con parejas humanas, bodegones, marinas
y paisajes difuminados en tonalidades grises. En los ochenta surge todavía otra
nueva forma de expresión, basada en los fuertes contornos, con temáticas agrias
y expresiones y tipos de corte satíricos. Él última tramo de su vida transcurre
en Altea, entre la soledad del mar y las montañas, donde pinta afanosamente
hasta el fin de sus días en un íntimo deseo de constante superación.
En la década de los ochenta
la paleta de Lago Rivera experimenta un cierto viraje hacia las tonalidades más
cálidas, a la vez que se produce un enriquecimiento en la variedad tonal lo
que, por otra parte, no impide que el protagonista de sus composiciones
paisajísticas continúe siendo el gris. Todo ello se manifiesta en esta versión
de Castilla que, además, destaca por una hermosa concepción general del
paisaje, en el que sobresale la composición secuencial de los diferentes planos
y la angulosidad de las líneas que los remarcan, como una especie de
fragmentación geométrica que evoca las propuestas del cubismo analítico. En él
el espacio no aparece como una superficie abstracta, sino como una vibración
cromática concentrada en masas sólidas de colores limpios, limitados por un
dibujo preciso, y apoyados en un tejido de líneas gruesas que las contornean.
Cuando pinta esta obra, Lago es un hombre ya mayor y su salud se resiente.
Pinta un paisaje árido y duro, acercándose a la imagen de Castilla que había
creado la Generación del 98, en el que proyecta sus propios sentimientos. El
paisaje como reflejo del mundo interior del artista. En la obra se percibe
austeridad y cierta soledad.
Fuentes:
Nota: La propiedad intelectual de las imágenes que aparecen en este blog
corresponde a sus autores y a quienes éstos las hayan cedido. El único objetivo
de este sitio es divulgar el conocimiento de estos pintores, a los que admiro,
y que otras personas disfruten contemplando sus obras.
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