Mi infancia fue en
Technicolor. Nací en Barcelona el 13 de junio de 1945, justo donde mi madre
tenía su taller como modista. Así fue cómo mis primeros años transcurrieron
entre montones de telas de colores y retales que acabarían luciendo las mujeres
más guapas del barrio. De aquella época conservo muchos recuerdos, pero uno de
los más especiales es que en mi casa se hablaba constantemente de colores. En
aquel taller de modista las conversaciones sobre colores y tonos era una
constante que viajaba alegre y solemne entre el taller, el probador y el cuerpo
sinuoso de las clientas de mi madre.
Mi padre era viajante, mis
vecinos estraperlistas y la palabra ‘Arte’ era considerada ‘sospechosa’. Una
galería era una especie de balcón pero al otro lado de la casa, donde se tendía
la ropa y un cuadro era más bien una forma geométrica para muchos profesores de
mi escuela. Mi abuelo era escultor y, aunque nunca llegué a conocerlo, me
fascinaba escuchar su historia y me preguntaba entonces, como me pregunto ahora,
qué razones llevaron a mi abuelo a escoger el camino de la escultura en aquel
mundo de gitanos y albañiles.
No recuerdo aquel tiempo
como algo aburrido o triste y, si bien todo aquello nada tenía que ver con el
arte, sí tenía mucho que ver con la belleza, pues asociaba – y aún sigo
haciéndolo de vez en cuando – lo bello con lo bueno y lo bueno con el verano.
¡El verano! Al final siempre llegaba el buen verano, pues el invierno no había
sido más que una pausa para esperar pacientemente al buen tiempo: la playa, las
sandías, el primer amor de merendero… Todo pasaba en verano.
Y era precisamente bajo la
luz impecable de cada junio, el día trece, cuando me llegaba puntualmente la
magia de un regalo de cumpleaños en una caja de lápices de colores, que devoraba
como si fuera chocolate. Dibujaba con pasión. Sin parar. Aunque nadie, con la
posible excepción de mi madre, nunca pensara que aquella fuera una habilidad a
la que hubiera que prestar demasiada atención.
Por eso hice otra cosa.
Estudié Ingeniería Agrícola en Barcelona, me licencié en Ciencias Económicas y
trabajé otros quince años como Ingeniero de Sistemas. Fueron muchos años de
desorientación aliviados por mi juventud, pues mentiría si dijera que aquello
me hacía infeliz. La Agricultura, la Economía o la Informática me parecen
soporíferas ahora, pero no me lo parecían entonces. Quienes me conocen saben
que aquellos fueron también años de felicidad: quizás no fueron unos años de
colores a la vista, pero eran unos años de colores a la espera. Sabía que un
día yo iba a probar algo más: ser pintor. No había prisa, seguro que el momento
en que me decidiera sería el mejor momento. Y el día llegó poco a poco. Fue un
proceso intenso en el que yo me desplazaba lentamente, al revés, hacia otro
mundo también mío pero en conserva donde me esperaban la forma y el color de
los retales del taller de mi infancia en estado puro.
Solo sé que fue como volver
a empezar y que desde entonces todo ha sido pintar, pintar y más pintar. Aún
hoy, cuando entro en una de mis exposiciones y veo mis cuadros en las paredes,
como si me estuvieran esperando, siento una sensación extraña, una inquietud,
como si yo no tuviera nada que ver con aquellas imágenes. Pero es que soy un
contador. Que lo que quería y sigo queriendo es hablar -pintar- de todo aquello
que me seduce y quiero. Descubrir la luz que enciende las cosas y los deseos.
Necesitaba contar en mis cuadros mis viajes a Marruecos, las sandías, las
mujeres desnudas y los bares de la Habana, Senegal, el resplandor de los
paisajes de Menorca, la belleza de Girona…Sé que esto no es todo el mundo, pero
tampoco soy yo su único profeta. Ahora que le he encontrado el gusto a este
viaje creo que voy a continuar en él. Con mis cuadros.
Fuentes:
Nota: La propiedad intelectual de las imágenes que aparecen en este blog
corresponde a sus autores y a quienes éstos las hayan cedido. El único objetivo
de este sitio es divulgar el conocimiento de estos pintores, a los que admiro,
y que otras personas disfruten contemplando sus obras.
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